Cyborgs andinas: ritual, luz y futuros posibles
“Me propuse soñar un futuro suspendido.”
Desde El Alto y los pueblos del altiplano boliviano, la artista Noemi Gonzales Cabrera (K’ita Wichhu) crea un ensayo visual colectivo donde mujeres, naturaleza y tecnología se entrelazan en una ficción cyborg profundamente anclada al territorio. Post-humanas y sueños cyborg de + seres en los Andes imagina nuevas alianzas entre cuerpos y entidades no humanas, combinando pensamiento andino, inteligencia artificial y una producción autogestiva que encarna el gesto político de soñar futuros propios.
© Noemi Gonzales Cabrera
Post-humanas y sueños cyborg de + seres en los Andes es un ensayo visual performático creado en 2023 en el departamento de La Paz, Bolivia, con base en sus pueblos del altiplano y la ciudad de El Alto. A través de esta obra, Noemi Gonzales Cabrera (K’ita Wichhu) propone una simbiosis entre lo cyborg, el feminismo y lo andino, donde la tecnología y la ritualidad ancestral se entrelazan para imaginar formas de existencia más allá de lo humano.
Inspirada por la necesidad de expandir su práctica del registro documental hacia la creación imaginada, Noemi describe el origen del proyecto como una respuesta al avance de la globalización que amenaza con borrar la memoria indígena de su territorio. “Me propuse soñar un futuro suspendido”, señala. Un futuro habitado por mujeres que, en comunidad, protagonizan la reconexión con la naturaleza desde un pensamiento animista, sin renunciar a la interacción con la tecnología, cada vez más presente en las generaciones actuales.
El proyecto se sitúa en un escenario que la artista define como cyberpunk andino, donde los cuerpos de mujeres locales se entrelazan con plantas, animales y paisajes. La obra recrea atmósferas híbridas mediante el uso de iluminación RGB y luces LED, generando un cruce entre temporalidades, donde lo urbano y lo rural, lo ancestral y lo futurista, se funden sin jerarquías. Así, la ciencia ficción se asienta en el altiplano, desplazando su centro hacia el sur global.
Una de las particularidades más potentes de este trabajo reside en su proceso técnico y conceptual. Lejos de contar con un estudio fotográfico o recursos de producción tradicionales, Noemi optó por una metodología situada, autogestiva y colaborativa. Las locaciones fueron determinadas en diálogo con las propias participantes: terrazas, pueblos de origen familiar y espacios íntimos que cobraron protagonismo. La dirección de arte fue compartida, pidiendo a las protagonistas que seleccionaran su vestuario y accesorios personales, mientras la artista complementaba con maquillaje y elementos adicionales.
El equipo utilizado fue reducido: una cámara réflex, un trípode y un rebotador. Pero uno de los recursos más singulares fue el uso de modelos de inteligencia artificial para generar imágenes de referencia visual. A través de prompts específicos, Noemi diseñó escenas, planos y ambientes que funcionaron como guía conceptual para las sesiones fotográficas. Estas imágenes fueron compartidas con las participantes para facilitar la comunicación de ideas y dar forma a las composiciones finales. En este contexto, la IA no reemplaza la mirada artística, sino que opera como herramienta especulativa: un puente entre la imaginación y lo realizable.
Uno de los mayores desafíos, cuenta la artista, fue encontrar el equilibrio entre su idea personal y la libertad performativa de quienes encarnaban las imágenes. Este dilema ético-estético fue resuelto desde la horizontalidad: “Buscaba un espacio de diálogo que permita lograr la imagen preconceptualizada pero también deje la libertad performativa a la persona retratada”. El resultado es una serie de escenas profundamente auténticas, que conservan la fuerza ritual de los cuerpos en movimiento, expuestos al clima, a la altura, y a la memoria que se imprime en la piel.
El proyecto se inscribe en un contexto social y cultural específico: El Alto, una ciudad emergente con una de las mayores poblaciones indígenas migrantes del área rural. Allí, la arquitectura, el comercio y la vida cotidiana revelan una estética propia que mezcla lo indígena, lo mestizo y lo urbano. En ese entorno, Post-humanas y sueños cyborg encuentra su lugar, activando un imaginario donde el futuro no niega el pasado, sino que lo actualiza desde una mirada situada, feminista e indigenista.
Entre sus influencias, Noemi menciona la novela de ciencia ficción De cuando en cuando Saturnina, de Alison Spedding, así como la película La Belle Verte (Coline Serreau) y el animé japonés Serial Experiments Lain. Pero más allá de esas referencias externas, es su propia biografía marcada por una reconstrucción identitaria de ascendencia indígena migrante la que sostiene y alimenta el proyecto.
“Fue una experiencia mística”, dice al recordar la energía colectiva que hizo posible esta serie. La artista también aparece retratada en una de las imágenes, pero se reconoce en todas. “Se encuentra un fragmento mío, como quien cumple un sueño de otro mundo posible”. Ese sueño, en este caso, no es evasivo ni abstracto. Está tejido con tierra, luz y cuerpos. Habita un tiempo sin coordenadas fijas. Y tal vez por eso, se parece tanto al futuro que necesitamos.
© Noemi Gonzales Cabrera
Post-humanas y sueños cyborg no solo interpela desde lo visual. Su fuerza radica en cómo subvierte, desde adentro, muchas de las lógicas dominantes de la fotografía contemporánea. Noemi no responde al mandato documental ni se ajusta a la estética conceptual hegemónica; las atraviesa para torcerlas desde una mirada situada, generacional, mestiza.
Aquí la ciencia ficción no es evasión, sino herramienta política. La IA no es fetiche, sino aliada especulativa. La imagen no ilustra, sino que encarna. Hay algo profundamente revolucionario en este acto de componer escenas desde la memoria viva, la intuición colectiva y la precariedad creativa. Un futurismo andino que no niega la tierra, sino que la proyecta como centro de una nueva cosmología visual. Esta obra nos recuerda que soñar el porvenir es también una forma de resistir.
© Noemi Gonzales Cabrera
Noemi Gonzales Cabrera (K’ita Wichhu) nació en el territorio actualmente delimitado por el Estado boliviano. Su práctica artística explora la interculturalidad, el pensamiento anarquista y la reconstrucción identitaria a través de la fotografía, el collage y la poesía. Ha participado en exposiciones en Bolivia, Argentina, Colombia y Perú, y fue residente en FOCCO 2024 (Chile). Es integrante del colectivo El Alto Aesthetics, desde donde investiga el diálogo entre lo ancestral y lo urbano en el contexto andino contemporáneo.