Entre lo impuesto y lo propio: la búsqueda fotográfica de Rod Isaurralde
En la escena del arte fotográfico argentino, Rod Isaurralde (Buenos Aires, 1983) destaca por una propuesta profundamente personal y, a la vez, colectiva. Su obra, atravesada por la reflexión sobre la masculinidad y sus tensiones, explora los rincones más incómodos y sensibles de aquello que se nos ha impuesto y de aquello que logramos construir como propio.
A continuación, presentamos un recorrido por su trayectoria y, en particular, por el proyecto “Entre lo impuesto y lo propio”, una serie que sitúa su lente (y su cuerpo) en la primera línea de interrogación sobre el mandato de la masculinidad.
Rod Isaurralde se describe a sí mismo como un fotógrafo y artista visual argentino que indaga en la construcción de la masculinidad, la identidad y el deseo. Su inquietud por los procesos emocionales y psicológicos que atraviesan la experiencia masculina se remonta, según sus propias palabras, a la necesidad de examinarse y cuestionar los moldes rígidos heredados. De hecho, la fotografía surgió en su vida como ejercicio de autorretrato, casi una “pulsión” que buscaba reflejarlo y entenderlo.
“Crecí con la exigencia de encajar en el molde de la masculinidad hegemónica —comenta—. Quise explorar sus límites, sus sombras y sus huellas, mientras buscaba encontrar una identidad más libre.”
Este espíritu de investigación se ve plasmado en sus fotografías en blanco y negro, de alto contraste, donde la crudeza y la visceralidad del retrato se convierten en herramientas para confrontar al espectador con sus propias ideas preconcebidas.
© Rod Isaurralde - Autorretrato
La batalla velada: lo impuesto vs. lo propio
El proyecto “Entre lo impuesto y lo propio” parte de una exploración íntima y profunda sobre la masculinidad. Isaurralde define su concepto central como la búsqueda de esas grietas que evidencian el choque entre la seguridad aparente del mandato patriarcal y la necesidad de abrirse a una identidad más fluida. Las fotografías —muchas de ellas autorretratos— retratan ese combate interno, exhibiendo tanto las marcas perturbadoras del modelo hegemónico de varón como los destellos de quienes se atreven a cuestionarlo.
Este acercamiento no busca ofrecer respuestas cerradas, sino interpelar desde la incomodidad. Para el artista, la tensión emocional y psicológica debe evidenciarse en la obra de manera visceral, invitando a quien observa a cuestionar sus propios límites. La intención última es que cada cual se reconozca, aunque sea parcialmente, en estas imágenes.
Según relata Isaurralde, la idea original nació en 2019 a partir de la sensación de soledad que lo invadía. Aquella primera inquietud sobre el aislamiento lo llevó a documentar su necesidad —y miedo— de permanecer solo. Sin embargo, no terminó de sentirse satisfecho: algo en esas imágenes no completaba el sentido que buscaba.
La pandemia de 2020 supuso un giro total. El confinamiento obligatorio lo enfrentó consigo mismo y lo llevó a descubrir el autorretrato como acto de exploración. Empezó tímidamente, experimentando con luces y fondos negros en su living, hasta que, con el tiempo, se animó a desnudarse frente a la cámara. Ese fue un hito crucial:
“Fue intenso pero sanador. Revisar y editar las fotos me ayudó a amigarse con mi cuerpo, con mis fallas. Empecé a ver paisajes y formas donde antes solo había vergüenza. Entendí que el miedo pasaba por no aceptar mi cuerpo, por estar peleado —vaya uno a saber desde cuándo— con la carcasa que me acompaña desde que nací.”
Así, el autorretrato dejó de ser un mero recurso fotográfico para convertirse en un gesto político y emocional. El cuerpo del varón cis-heterosexual se mostraba vulnerable, deseante, en disputa. Para Isaurralde, esa exposición habla de lo frágil que puede ser la masculinidad cuando se la saca del molde.
La construcción histórica del rol masculino en el arte
A lo largo de la historia, la representación del cuerpo en el arte ha respondido tanto a las convenciones estéticas imperantes como a las pautas sociales de cada época. Si bien en la Antigua Grecia y Roma encontramos retratos de hombres desnudos —en muchas ocasiones idealizados como héroes o dioses—, esos cuerpos eran casi siempre símbolos de poder, fuerza y perfección. El énfasis en la virilidad y en la noción de un héroe intachable reforzaba la idea de un varón dominante, cuya desnudez se revestía de gloria o divinidad. Por otro lado, el cuerpo femenino quedaba asociado a la fertilidad, la belleza y la sensualidad, situándolo en un plano de contemplación y deseo.
Con la llegada del Renacimiento, el arte europeo continuó exaltando la anatomía masculina, pero, de nuevo, lo hizo mayormente desde una perspectiva heroica o sagrada (por ejemplo, en las representaciones bíblicas de Adán o de santos martirizados). La desnudez masculina estaba a menudo enmarcada en contextos mitológicos o religiosos que legitimaban su exhibición pública. Mientras tanto, el cuerpo femenino se convirtió progresivamente en objeto de estudio para la pintura y la escultura, lo que sentó las bases de una tradición en la que la mirada masculina (el “male gaze”) validaba y justificaba la representación erótica de la mujer.
Ya en el Barroco y períodos posteriores, las representaciones masculinas se concentraron casi por completo en los poderes reales y militares, realzando la figura de reyes, nobles y generales, habitualmente vestidos con lujosas ropas o armaduras, más que completamente expuestos. En contraste, la desnudez femenina permaneció como recurso estético ampliamente aceptado. El “varón arquetípico” era un sujeto activo, encarnación de la fuerza y el poder, mientras que la mujer era observada, admirada y convertida en objeto de deseo.
Con la modernidad, los grandes salones de arte del siglo XIX y comienzos del XX vieron cómo el desnudo masculino no terminaba de consolidarse como un tema extendido, salvo en círculos artísticos vanguardistas o en espacios restringidos. La masculinidad hegemónica seguía negando, de facto, la posibilidad de que el hombre se exhibiese como objeto de deseo. Esto reforzaba la dicotomía: el hombre como observador y la mujer como observada.
Cuando algunos artistas —por ejemplo, ciertos pintores simbolistas o prerrafaelitas— se aventuraban a presentar la belleza masculina con un matiz más sensual, su trabajo era frecuentemente juzgado de “sospechoso”, “afeminado” o marginal. Así, no solo se invisibilizaba el deseo (o la contemplación) hacia el cuerpo masculino, sino que también se reforzaba la idea de que “el verdadero hombre” debía mantenerse a salvo de ese escrutinio estético.
Esta tendencia apenas comenzó a resquebrajarse en la segunda mitad del siglo XX, impulsada por el auge de los estudios de género, los movimientos feministas y las luchas LGTBIQ+, que introdujeron nuevos lenguajes y cuestionamientos sobre el cuerpo, la identidad y la sexualidad. Es en este momento cuando, poco a poco, se inaugura un espacio para que el varón deje de ser únicamente el dueño de la mirada y pueda —o deba— convertirse también en sujeto expuesto, atravesado por sus propias contradicciones, fragilidades y deseos.
El camino, no obstante, ha sido largo y no exento de resistencias: las instituciones artísticas tradicionales, los museos y las academias tardaron en reconocer y validar la representación de otras masculinidades o la desnudez masculina no heroica. Aun así, el siglo XXI ha visto florecer propuestas cada vez más diversas, que van desde la fotografía documental hasta la performance, pasando por instalaciones que exploran la corporalidad masculina desde perspectivas críticas, poéticas o abiertamente políticas.
En este contexto, el trabajo de artistas como Rod Isaurralde se convierte en un aporte esencial para “corroer” la base de la masculinidad hegemónica. Su exploración de la vulnerabilidad, el deseo y las tensiones emocionales —desde una identidad varón cis-heterosexual— se inserta en una conversación cada vez más urgente sobre la necesidad de reconfigurar los roles de género. Al exponer su cuerpo y su interioridad, Isaurralde traslada al plano estético y simbólico la pregunta que muchos varones —y la sociedad en su conjunto— evitan hacerse: ¿qué sucede cuando el hombre deja de ser el espectador incuestionado y se convierte, también, en objeto de la mirada y de la reflexión crítica?
Este gesto, todavía poco transitado en la historia del arte —al menos en comparación con la representación femenina—, revela un punto de inflexión: la posibilidad de una masculinidad que se muestre, se interpele y se narre desde la fragilidad, lejos de la coraza de la virilidad intocable. De este modo, se abre un camino para cuestionar y deconstruir la figura del “varón arquetípico”, generando diálogos artísticos más honestos, más humanos y, sobre todo, más libres.
Un eco social: diálogos, resonancias y la influencia de “La masculinidad incomodada”
El universo de Isaurralde está atravesado por su generación —nacido a inicios de los años 80— y por la creciente marea de cuestionamientos a los modelos tradicionales de masculinidad. Reconoce que durante su adolescencia habitó la masculinidad hegemónica sin plantearse demasiadas preguntas. No obstante, el clima social actual, con movimientos que impulsan la revisión de estos roles, ha resonado con su propia inquietud interna.
En este sentido, la lectura de La masculinidad incomodada, compilada por Lucho Fabbri, resultó clave para profundizar sus reflexiones. El libro, con diversas miradas críticas sobre la masculinidad, subraya el peso de los mandatos patriarcales y la urgencia de repensarlos desde una perspectiva más amplia e inclusiva. Para Isaurralde, este aporte teórico ayudó a otorgar mayor consistencia política a su propuesta visual, al conectar la experiencia personal del autorretrato con un marco conceptual que apunta a develar la fragilidad y las contradicciones de los roles de género.
Desde lo artístico, admira el trabajo de fotógrafos y fotógrafas como Claudio Albarrán Briso y Lucía von Sprecher, cuyas propuestas íntimas y autorreferenciales inspiran su tratamiento de la imagen. También menciona a referentes como Valeria Bellusci, Antoine D’Agata y Martin Bogren, reconocidos por atmósferas cargadas y estilizaciones en blanco y negro. En el ámbito cinematográfico, encuentra resonancias en obras tan disímiles como Eraserhead de David Lynch o Nosferatu de F. W. Murnau, por ese halo perturbador y onírico que rodea al cuerpo.
El fotolibro: anatomía de un discurso en construcción
“Entre lo impuesto y lo propio” no solo se concibe como una serie de fotografías sueltas, sino que se plantea como un fotolibro en desarrollo. Para Isaurralde, la posibilidad de abrir un objeto físico y navegarlo, desmontarlo y volverlo a armar, resulta un modo más participativo de relacionarse con la obra.
“El libro permite que quien lo ve explore y descubra, lo arme y lo desarme. Ese formato se volvió parte esencial del discurso de la obra.”
El proyecto editorial, aún sin título definitivo, se encuentra en pleno proceso de armado, lo que muestra la voluntad del artista de seguir explorando y puliendo la narrativa que sostiene la serie.
© Rod Isaurralde
Desnudando el ser: desafíos y transformaciones
El desafío de exponer su propia vulnerabilidad aparece como uno de los puntos más intensos del proceso. Las imágenes en las que aparece desnudo significaron un debate interno: “¿Debo mostrarlas? ¿Qué dirá mi familia? ¿Qué pensarán mis amistades?”. Sin embargo, prevaleció la honestidad con la que quiso narrarse.
Por otra parte, la edición fue otro escollo. La acumulación de material y la dificultad de soltar ciertas fotos (aunque fueran emocionalmente valiosas) se convirtieron en una labor ardua. Fue clave el acompañamiento de espacios colectivos de taller y la mirada de otras personas para lograr la coherencia narrativa y la solidez conceptual.
Isaurralde reconoce que todo el proceso de trabajo —desde 2019 hasta hoy— lo transformó por completo. Incluso obtuvo la diplomatura en “Masculinidades y cambio social” (UBA, 2024), profundizando teórica y políticamente en las ideas que ya había comenzado a bosquejar fotográficamente. La experiencia terminó por afectarlo no sólo en lo artístico, sino también en lo personal:
“Siento que no soy la misma persona que era antes de empezar este proyecto. Me abrió la cabeza, me conectó con una parte de mí que necesitaba ser mirado, nombrado, cuestionado.”
La trayectoria de Rod Isaurralde se afianza con cada paso. En 2021 publicó el fanzine autogestionado Hacete Hombre. En 2022 fue seleccionado para la 10.ª Bienal de Fotografía Argentina con la muestra Cuerpxs en Conflicto. En 2023, una de sus fotografías apareció en la Revista Balam N.º 9, bajo la temática Nuevas Masculinidades, y otra fue destacada por la revista francesa Lusted Men. Más recientemente, su proyección sobre masculinidades resultó seleccionada para el Festival Internacional de Fotografía Freezer Fotofest 2024 en la ciudad de La Plata.
Cada uno de estos hitos confirma la relevancia de un discurso que, a través de la imagen, se atreve a nombrar lo que tantas veces se ha callado. El desarme de la masculinidad hegemónica no es sencillo y —como bien señala Isaurralde— está plagado de contradicciones, retrocesos y resistencias. No obstante, sus fotografías proponen un espejo incómodo en el que todos podemos mirarnos y, tal vez, reconocer alguna parte en disputa.
© Rod Isaurralde - 10° Bienal Argentina de Fotografía Documental, muestra colectiva “Cuerpxs en conflicto”. Tucumán, Argentina
El trabajo de Rod Isaurralde nos invita a adentrarnos en un territorio íntimo y a la vez universal: la masculinidad como construcción y tensión permanente. Sus fotografías no buscan pontificar verdades absolutas, sino generar preguntas, abrir diálogos y exponer las contradicciones que atraviesan los roles de género. Desde la crudeza del alto contraste hasta la materialidad del fotolibro, Isaurralde nos enfrenta a la vulnerabilidad y a la fortaleza que conviven en el acto de mostrarse tal cual se está siendo: en cuestionamiento y transformación constante.
Así, “Entre lo impuesto y lo propio” se erige como un proyecto que trasciende lo meramente estético para encarnar un gesto político y emocional: la posibilidad de imaginar otras formas de habitar el cuerpo y la identidad masculina. Un ejercicio de honestidad que, como espectadores, también nos convoca a cuestionarnos y a reconocernos. Porque, al fin y al cabo, en esa intersección entre lo que se nos impone y lo que buscamos forjar, se juega gran parte de nuestra libertad.
© Rod Isaurralde
© Rod Isaurralde